
- Vamos, Cristo, entra.
-Espera a que me relaje...
- Te estás poniendo rojo.
- Ya, estas cosas me superan...Cómpralo tú, anda.
- Sí, claro. - Entra a mirar a ver si hay.
Accedo, resignada. Miro por toda la farmacia y los veo detrás del mostrador de la farmacia.
- Sí, hay. ¿Entras?
Cristo saca un billete de cinco euros de su cartera y me los da. Lo cojo y lo miro.
- Venga, entra.
- No puedo.
- ¿Nos vamos, entonces?
- No, tampoco.
- Pues decídete que quiero volver a casa...
- Venga, vale.
Finalmente, entra. Nos ponemos en la cola. De repente, al mirarle, me entra la risa.
- No puedo, Cristo. Me da vergüenza.
- ¡Pues mira que a mí!
Mientras hablamos, los clientes que estaban delante de nosotros se han ido. El farmaceutico nos llama para que nos acerquemos.
- ¿Qué quieren?
Me giro en un momento de valentía y le pregunto:
- ¿Tiene preservativos? Idiota que soy, ¿cómo no va a tener? ¡Tonta, tonta!
El hombre saca de uno de los bolsillos dos cajas de condones de Durex.
- ¿Este o este? - pregunta. Me giro hacia Cristo.
- Elige, te los vas a poner tú, así que...
- ¿Cuan-cuánto cuestan? - pregunta Cristo, rojo como un tomate.
- Este 5 con 10 y este otro 9.
- El-el de cinco con diez, por favor - y saca de la cartera los diez céntimos que faltan y se los da.
El farmacéutico sonríe.
- Ya sabía yo que venían a comprarlo, por eso lo tenía preparado.
Y nos sonríe como recordando sus tiempos de juventud. Nos da la bolsita de la farmacia con la caja dentro. Asentimos Cristo y yo y salimos de la farmacia. Nada más hacerlo, nos empezamos a reír.